Lo imaginaba volviendo. Consiguiéndomelo por sorpresa en la puerta de casa.
¡Hola! Qué sorpresa, tú por aquí… -y toda la conversación suponiendo que podría mantener la compostura física y verbal-
¿Qué tal? Diría con sus ojos encendidos y su cuerpo lánguido como no queriendo estar ahí pero realmente a punto de desvancer entre nervios y emoción.
Yo muy bien ¿y tú?
Bueno, bien
¿En qué te puedo ayudar? Aquella frase como salida de una línea telefónica de atención al cliente no se me había escapado por error. Tenía todo el sentido: restarle importancia a su presencia aquí. Con aquello quería descolocarlo, hacer titubear a sus pensamientos y hacerle dudar sobre el propósito de su visita. El silencio que expresó mi visitante sorpresa daba fe de haber ejecutado bien el plan. No tenía respuesta, o no sabía qué contestar. Volví a intervenir:
No sé, si estás volviendo aquí algo necesitarás, supongo.
Con aquel mismo rostro perdido, al cabo de varios minutos contestó: Sí, a ti.
Sonreí levemente.
Lo siento, eso es algo que no te puedo dar.
Con aquel viaje descubrí todo lo que había crecido hasta ahora. Y aquel hombre que fue mi highlight del año pasado ya me quedaba pequeño. O al menos así se sentía en la lejanía. Era como una camisa que le sale reemplazo porque ya no te cabe y ocupa lugar en el armario. Y qué mejor momento que el inicio de la primavera para remover hojas marchitas, cortar tallos secos, deshacerse de la maleza y dejar espacio limpio para lo nuevo, para las flores, las hojas nuevas.
Y así fue como di inicio a la primavera, a este nuevo año, a esta nueva vida. Alejada de las sombras y abierta a cuantas luces estuvieran dispuestas a llegar. Se cierra un mes, una estación y con él un capítulo más.