Me hice consciente de que revelaba mi intimidad a un extraño con el que compartía la cama, el desayuno, mis secretos y mis sueños. Nuestras vidas se conjugaron en una sola y sin darme cuenta, en el baño de ese desconocido estaban mi cepillo de dientes y mis cremas, en la sala había un tenderete con mi ropa interior aprovechando el sol de la ventana para secarse, y en el lobby de entrada de la casa reposaban mi abrigo y mis zapatos.
Sin darnos cuenta, la armonía le ganó a la cotidianidad. Y sus manías se hicieron mías, las mías parte de su rutina. Sus consejos fueron mi biblia, las calles nuestro jardín y los viajes, una excusa más para continuar conociéndonos. Hasta que un día, sus zapatos y los míos se pusieron de acuerdo para darnos la bienvenida a casa, los abrigos encontraron su lugar en el perchero de la entrada, el tenderete de la sala se hizo parte indisoluble de ella, su baño se convirtió en nuestro, y mi cepillo de dientes tenía más compañía que yo.
En breve, la misma química inmediata que nos unió se hizo cargo de que dejáramos de ser dos recién-conocidos-extraños para convertirnos en dos conocidos que se extrañan.
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¿Sabes cómo terminamos? El final del fin lo narra
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